La intervención política de los cristianos ¿dejar la fe por el estado laico? Guillermo Gazanini Espinoza / Secretario del Consejo de Analistas Católicos de México. 14 de febrero.- Con el año electoral aparecen los personajes que aspiran a un cargo de elección popular; movidos por intereses distintos van hacia el electorado valiéndose de argucias y obtener el voto que les permita acariciar los envidiables puestos, curules y escaños; sin embargo, la opinión pública no tiene en gran estima las aspiraciones políticas de sus candidatos ni mucho menos el trabajo de los hombres y mujeres quienes gozan del erario con salarios nada despreciables, ofensivos y lesivos para la mayoría de mexicanos y de una población de 52 millones que sobrevive sin tener lo más elemental para vivir. La política ha sido un botín. Diputados y senadores saltan de un lado a otro para amarrar sus carreras; en lo que va de este período legislativo -febrero-abril 2012- más de 35 diputados han pedido licencia para competir por un cargo sin contar las inasistencias de otros legisladores para ocuparse de asuntos político-electorales para agradar a los próximos ungidos. El sistema político es presa de los partidos y de las familias a su interno donde el tráfico de influencias y el nepotismo coloca a hijos y parientes para garantizar la fortaleza de grupos, haciendo de la democracia un juego de palancas más que de representatividad popular. La crisis de la política en México tiene detrás el problema grave de la corrupción y el descrédito que ubica a los partidos como institutos con el peor índice de credibilidad de acuerdo a las encuestas que diversas empresas han hecho a la opinión pública; la decepción popular, por otro lado, trae aparejada la ausencia de liderazgos, mismos que implican una precaria representatividad moral que guíe a los gobernados en la consecución del bien común como uno de los fines del sistema político. Las tendencias globales han impactado en nuestro sistema político dudando de la viabilidad de las comunidades tradicionales. Los valores fundamentales que habían sido rectores parecen dar paso al pragmatismo ideológico anteponiendo la tolerancia y el individualismo. Las exigencias y los problemas nacionales, en pocas palabras, no tienen soluciones basadas en la creatividad o en ideas efectivas que provengan de la clase política. Por lo general, el electorado tiene en sus gobernantes a la clase parásita que se mantiene del trabajo y de los impuestos de los contribuyentes. México está sumergiéndose en esos peligros impregnando, particularmente, la mentalidad de los más jóvenes con un laicismo propuesto por las ideologías de izquierda y grupos minoritarios que van contra la vida relativizando la dignidad de la persona. El país no está exento de este nuevo paganismo denunciado por Benedicto XVI. Las políticas destructoras de la dignidad de la persona, a través de leyes abortistas y de las que han acabado con el concepto del matrimonio, así como el feroz laicismo anticlericalista que pretende hacer de México una nación ajena a cualquier influencia religiosa, son claro ejemplo de las tendencias que irradian desde Europa y otros países industrializados y están siendo bien aceptada por los mal llamados liberales mexicanos que han legislado contra los derechos humanos cuando protegen libertades religiosas limitadas y parciales o impiden la opinión de los ministros de culto en asuntos políticos. Para colmo, la sociedad acepta estas ideas como “abiertas” y de avanzada, progresistas y tolerantes, pero con magra formación en lo político, las opiniones son construidas de oídas, hay una escasísima formación cívica y, en los electores, priva la ignorancia sobre las plataformas, propuestas y trayectoria de los candidatos a puestos de elección popular y, más aún, el público rechaza, tajantemente, que la Iglesia se involucre en política porque las cosas de este mundo y las de Dios deben “estar separadas” de la religión. Lo último en consecuencia hace que fieles cristianos ignoren la doctrina social y la tarea que la Iglesia propone sobre el papel de los laicos en el desempeño de las actividades de la cosa pública. La primavera de los laicos, como ha sido definida, incide en la política mexicana regida por la ideología laicista del Estado separado totalmente de cualquier influencia religiosa. El magisterio de los obispos no es ajeno a una realidad social cada día más descompuesta e incierta en su futuro donde la desconfianza pública se cierne hasta en las instituciones religiosas, las cuales, paradójicamente, gozan de mayor respetabilidad y credibilidad por encima de las fuerzas armadas responsables de la lucha contra el crimen organizado. ¿Es lícito intervenir en política a los cristianos? ¿Cómo debe ser la actuación de los políticos bautizados? ¿Qué quiere decir el fomento del bien común como principio fundamental del bienestar general? ¿Cómo iluminar, a la luz del Evangelio, los ambientes de la política siempre colocados bajo el adjetivo de la corrupción y de las fechorías? ¿El político debe dejar a un lado sus convicciones y creencias porque así lo determina el principio del Estado laico? LAS LÍNEAS DE AVANCE Y LAS PROPUESTAS DE LA IGLESIA PARA LA INTERVENCIÓN DE LOS CRISTIANOS EN LA VIDA POLÍTICA El Concilio Vaticano II formuló un paradigma novedoso sobre la constitución ontológica de la Iglesia; la estructura piramidal que mantenía a los laicos en la base que soportaba a los estamentos clericales desaparece para dar paso la realidad del Pueblo Santo de Dios, los fieles de Cristo (laicos y clérigos) de los cuales se deprenden todas las actividades que glorifican a Dios dando un papel preponderante a la actividad de los no ordenados. El magisterio conciliar y pontificio establece lineamientos claros sobre el papel de los laicos en las actividades temporales particularmente en Veritatis Splendor, Redemptoris Missio, Evangelium Vitae, Sollicitudo Rei Socialis, Christifideles Laici o las constituciones Gaudium et Spes y Lumen Gentium; sin embargo, hay dos documentos que resultan interesantes, sobre todo por su autor y origen: “Cristianismo y política” del cardenal Joseph Ratzinger, publicado en la revista Communio julio-agosto de 1995 y la nota doctrinal de la Congregación para la Doctrina de la Fe “Sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y conducta de los católicos en la vida política” del 24 de noviembre de 2002, mismos que arrojarán luces para observar en qué tareas, de manera urgente, debe propiciarse la intervención de los creyentes, especialmente los que aspiran a un cargo de representación popular.

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