¡Ni uno más!

Esta tarea corresponde a todos sin excepción. Enjugar las lágrimas para que el sacrificio de estos sacerdotes y de los miles de muertos no haya sido en vano.

Editorial CCM

Este domingo 10 de julio tiene especial relevancia en las comunidades católicas reunidas en el domingo para celebrar los misterios de la fe. Convocados por los obispos, los superiores de las comunidades religiosas y la Compañía de Jesús, millones de fieles habrán de congregarse en torno al altar para orar y celebrar la eucaristía en “memoria de todos los sacerdotes, religiosos y religiosas que han sido asesinados en el país y ofrecer la intención de la eucaristía por su vida para que su dolor nos acompañe en este camino por la paz”.

Para nadie es desconocido este momento que el país sufre. La paz está en riesgo. No olvidemos por qué el electorado prefirió la oferta política y promesas de campaña del actual presidente de la República. Veníamos de un sexenio, de los más dolorosos para el sacerdocio en México, cuando 26 sacerdotes fueron ultimados, muchos en el ejercicio de su ministerio pastoral.

Pero las cosas han empeorado. No solo se trata de ministros de culto asesinados, en el país hay demasiado luto que las cifras ya no son suficientes para llamar la atención y dar un drástico cambio en el actual estado de cosas que nos está consumiendo al punto de la crisis que implica nuestro futuro. En este sexenio una gota derramó el vaso. Eso fue el asesinato de los dos jesuitas de la Tarahumara, los padres Gallo y el Morita, recordados como hombres de fe que dieron la vida por sus hermanos indígenas y que, debido al más irracional y demencial hecho del que es capaz un ser humano, levantar la mano contra la vida del otro.

Demasiado luto en la Iglesia y en México porque no son sólo de veintiséis o siete sacerdotes en tal o cual sexenio. Se trata de la historia del México violento que niega a volverse a sí mismo para reflexionar sobre su condición y de que la paz parece un valor de estimable valor que cada día parece más ausente de nuestras casas, comunidades y regiones. La crisis ha resultado en la reducción de la esperanza y ruptura entre la confianza y los resultados ofrecidos como parte de una transformación a la par de otras etapas de nuestra historia. Hoy desde el poder, se nos quiere hacer pensar que es posible pactar y consentir con el mal para vivir en comunión con los hacedores del mal. 

Esta jornada de oración también es ocasión para despertar y reflexionar sobre los comportamientos del poder y personales, de la negligencia que ha llevado al establecimiento de estructuras políticas abusivas e ineficientes de poder que han propiciado el mal y la destrucción. Ya no es admisible la actitud de culpar a otros exonerándose a sí mismo de la culpabilidad y responsabilidad que nada soluciona porque, en cada día y a cada momento, se complican los problemas. Cada vez que alguien muere bajo circunstancias violentas, el peso de esa vida perdida cae sobre quien prometió dar paz y seguridad, excusado ahora por pueriles argumentos bajo dóciles frases como la de abrazos y no balazos.

Esta situación tiene causas imputables y grados de responsabilidad que tocan a todos. El despertar a través de esta jornada de oración implica una unión moral de la que, evidentemente, se colgará el presidente de la República como buen oportunista. Pero México ya no aspira a liderazgos basados en la coyuntura, necesita de pensamientos, voluntades, afectos y valores éticos fundamentales, de un movimiento nacional de paz y solidaridad auténticas donde no se permita la corrupción de la partidización política o la demagogia de la transformación que sólo busca la ambición del poder electoral.

Esta tarea corresponde a todos sin excepción. Enjugar las lágrimas para que el sacrificio de estos sacerdotes y de los miles de muertos no haya sido en vano. Necesitamos hacer la paz y encontrar de nuevo ese México donde cada comunidad era un polo de desarrollo y convivencia, de un ambiente de confianza, perdido por la polarización azuzada desde las más altas responsabilidades del poder.

Hoy la Iglesia católica ha extendido su mano ofreciendo lo mejor que puede dar y está en su ser: la oración. Con la esperanza de construir una comunidad solidaria basada en el respeto al prójimo para reivindicar la dignidad humana y devolver los fundamentos de la genuina recuperación en lugar de la ilusoria y desperdiciada transformación.

Desde el CCM clamamos ¡Ni uno más! No más sacerdotes amenazados, no más mexicanos asesinados.