Dimitir conforme al Espíritu del Evangelio

Si el pontificado de Juan Pablo II fue global en cuanto a su carisma y energía, el de Benedicto XVI fue el de la reflexión y la pausa para recuperar nuestra memoria e identidad.
“Si Cristo hubiera bajado de la cruz, yo tendría derecho a renunciar”, esas palabras de Juan Pablo II, durante el rezo del Ángelus en julio de 2002 afirmaron la fortaleza del Papa global, minado en sus fuerzas hacia un desenlace fatal, perdiendo poco a poco sus capacidades para seguir adelante y conducir a la Iglesia. En ese tiempo, vaticanistas, futurólogos, eclesiólogos y otros especialistas afirmaron la incapacidad del Papa para renunciar y seguir adelante porque se es Papa hasta que la muerte lo despojara del poder de las llaves confiadas a Pedro. Juan Pablo II, en el balcón de su despacho en el Palacio Apostólico, en aquel 2005, se alzócomo un campeón decidido y firme que, a pesar de las adversidades y del dolor, debería seguir hasta el tiempo que Dios quisiera y elegir a un sucesor capaz de asumir esas responsabilidades después de un pontificado gigantesco y controvertido en la historia de la Iglesia.
En el aniversario de las apariciones de la Virgen del Lourdes, y particularmente en la memoria del Papa Gregorio II (715-731), restaurador y defensor de los derechos de la Iglesia frente al poder imperial, la noticia de la dimisión de Benedicto XVI cimbró a los obispos y fieles del mundo. Todo parecía ir en su cauce, el Año de la Fe y la Jornada Mundial del Enfermo, el consistorio y la proclamación de nuevos santos eclipsaron frente a la noticia que resonó y será la que ocupe las portadas de diarios e informativos hasta la Pascua. El rottwailer de Dios, el fiel colaborador y amigo del Papa Magno hizo lo que él no… dejar la más grave responsabilidad de la Iglesia.
Mas Benedicto XVI, una elección casi unánime y sin problemas en 2005 del cardenal Ratzinger, quiso marcar un estilo distinto al de su antecesor. Electo en los umbrales de la octava década de vida, muchos apostaron por el pontificado breve y de transición mientras Sus Eminencias se ponían de acuerdo para designar a otro Papa. Como custodio de la fe en la era de Juan Pablo II, Ratzinger no movería nada del patrimonio de la Iglesia, sin embargo, las sorpresas depararían una situación distinta al momento de progresar los ocho años de pontificado que ya tienen un fin cierto y que, en la historia de la Iglesia contemporánea, han levantado más expectativas de las que hubieran sido si Benedicto XVI hubiera sido alcanzado por la hermana muerte, parafraseando al beato Juan XXIII.
Mientras se hacen los balances, quizá la herencia más clara de este pontificado que llega a su fin es el reconocimiento de que la Iglesia necesita abrirse a la caridad y asumir, humildemente, que los errores siguen abriendo las heridas a causa de los escándalos y de las decepciones de los fieles. Muchos esperarán que el próximo Papa sea un renovador implacable para poner, como quería Juan XXIII, en práctica elaggiornamiento de la Iglesia con el Concilio Vaticano II. No obstante, la herencia del Papa Benedicto XVI tiende hacia el descubrimiento de lo que la Iglesia pudo haber olvidado en estos años del postconcilio, practicar la caridad y reconocer la necesidad de la conversión para reparar los daños y las culpas y el Papa ha mostrado el método para conseguirlo.
La práctica de perdón ha sido su distintivo y el acercamiento al otro es la clave. Pero la Iglesia no está sujeta a los vaivenes y a los caprichos de la modernidad, del relativismo, del secularismo y del laicismo. La mejor forma de amarrar esta fe es volver a las fuentes, a los padres y a la enseñanza de los apóstoles para hacer viva la Palabra que está en las Escrituras. El carácter del pontificado de Benedicto ha sido, si se permite la expresión, una mística activa para revelar a los cristianos que ocuparse de la fe es, en este momento, vital si queremos salvar la civilización contemporánea. Esto lo dejó entrever el mismo Ratzinger al momento de elegir su nombre y llamar a Europa a recuperar de nuevo sus raíces cristianas despreciadas por el ateísmo y el laicismo.
Si el pontificado de Juan Pablo II fue global en cuanto a su carisma y energía, el de Benedicto XVI fue el de la reflexión y la pausa para recuperar nuestra memoria e identidad. El teólogo y erudito, conocedor del patrimonio y del cual ha sido protagonista en su aplicación eclesiológica, pone en la arena las razones por las que cualquier hombre y mujer debería cuestionar el papel de la Iglesia católica: una Iglesia monolítica, medieval, asentada en purismos y dogmatismos sin concesión o, paradójicamente, en la confusión por aceptar las modas y la renovación sin importar una pretendida traición al patrimonio apostólico heredado.
En el modo, el mensaje del Papa, al momento de dimitir, sería el colofón de un magisterio elevado en su contenido, pero simple en su esencia. La tarea de la Iglesia no es la de levantar muros y diques que hagan imposible la salvación. Ratzinger no morirá con los honores del soberano con las pompas fúnebres de los altos dignatarios. El desenlace de su vida está marcado no por llevar una vida sencilla y ajena a las complicaciones para alejarse de todo y encerrarse en un monasterio; por el contrario, dimitir del cargo lanza al “Papa emérito” a dar testimonio de lo que la Iglesia debería ser en la praxis: el servicio simple y conforme al espíritu del Evangelio contraponiendo esta supervaloración de las estructuras y de las instituciones.
Si la expresión me es permitida, Joseph Ratzinger está enseñando algo más… Realmente, el papado no importa, es Cristo el que debe imperar. Benedicto XVI será algún día polvo, pero en substancia, el Evangelio y Jesucristo mismo rebasan esta institución del papado del que, como ha enseñado Ratzinger, hemos centrado más nuestra atención dejando en el acotamiento a Quien ha dado el Poder de atar y desatar.
Más que el papado, Ratzinger afirma la libertad de los hijos de Dios y del santuario íntimo de la conciencia donde resuena la voz del Todopoderoso, en una conciencia recta y bien formada para saber hacer lo que es bueno y conforme a la voluntad del Altísimo. Pudo haberse quedado en el trono para que todos se dieran cuenta de la “Iglesia de Benedicto”, pero su dimisión hace pensar en la Iglesia de Cristo, Su Iglesia, donde estamos todos y por la fe aceptamos esta confesión de la cual necesitamos para vivir en la Verdad.
El Papa de transición resultó no serlo… ahora indica un camino claro. En su conciencia, quizá, sabe que haber sido sólo un pontífice bisagra hubiera traicionado la verdad que defiende. Benedicto XVI, el otrora Panzerkardinal,deja una herencia pesadísima entre dos pontificados: el sucesor será un Pastor que debe iluminar a todos en la Verdad para reconocer que la Iglesia es de Él, quien es Camino, Verdad y Vida.
Guillermo Gazanini Espinoza / CACM. 12 de febrero.-