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La Iglesia está con los migrantes

La inmigración se ha convertido en un problema moral de primer orden para los países desarrollados. Se trata de un fenómeno muy natural; pero, ¿por qué suscita actualmente tanta preocupación entre los responsables civiles y la gente de la calle? Esta reacción puede ser debida, por un lado, al cambio en la tendencia de los flujos migratorios; y por otro, a la rapidez del proceso. La Iglesia, siempre atenta a este tipo de problemas, considera como una parte de su misión dar respuesta moral a estos conflictos. Aunque la atención que la Iglesia dedica a los inmigrantes puede rastrearse a lo largo de toda la historia cristiana, es en los Siglos XIX y XX cuando el Magisterio comienza a dedicarse especialmente a este problema. León XIII es el primer Papa que escribe un documento específico sobre el tema de las migraciones, autorizando, mediante la Carta Quam aerumnosa, la constitución de Parroquias nacionales, Sociedades y Patronatos en favor de los emigrantes. Con Pío XII, se consolida y refuerza esta tradición magisterial. Sobre la base del derecho natural de cada persona a usar de los bienes materiales de la Tierra, pues son creados por Dios para todos los seres humanos, formula un doble principio: Todos los hombres tienen derecho a un espacio vital familiar en su lugar de origen, pero en caso de que aquél se frustre, tienen derecho a emigrar y a ser acogidos en cualquiera otra nación que tenga espacios libres. Por eso, aboga por una mayor colaboración entre los países receptores y los emisores: «Si las dos partes, la que permite dejar la tierra natal y la que admite a los advenedizos, continúan lealmente solícitas en eliminar cuanto podría impedir el nacimiento y el desarrollo de una verdadera confianza entre los países (…), todos los que participan en este cambio de lugares y de personas saldrán favorecidos». En las Encíclicas Pacem in Terris y Mater et Magistra, Juan XXIII reafirma los principios incoados por Pío XII, y aporta nuevas luces ante los crecientes fenómenos de globalización que se iniciaban en los años 60. Reafirma con toda claridad el derecho a emigrar cuando las circunstancias económicas o sociales impidan garantizar las necesidades básicas. A la vez, insiste en la importancia de promover el desarrollo en los países de origen, primando el movimiento de capitales (inversión donde está la mano de obra) sobre el de personas (concentración laboral en las regiones más desarrolladas). El Concilio Vaticano II abundó en la misma línea, al tiempo que proponía una legislación generosa con los recién llegados. La Gaudium et Spes incluye numerosas referencias al problema de los movimientos migratorios. Reclama el reconocimiento de derechos a los inmigrantes y la eliminación de toda discriminación que puedan sufrir, insistiendo en el carácter inviolable de la dignidad de toda persona. Paulo VI continúa en esta línea marcada por el Concilio y sus predecesores, e instituye la Comisión Pontificia para la Pastoral de las Migraciones, a la que confía la misión de coordinar el cuidado pastoral de las personas desplazadas. Insiste en los derechos básicos de todo emigrante: El propio derecho a emigrar, a convivir con su familia, a disponer de los bienes necesarios para la vida, a conservar y desarrollar el propio patrimonio étnico, cultural y lingüístico, a profesar públicamente la propia religión; en definitiva, a ser tratado de conformidad con la dignidad de persona, en cualquier circunstancia. Finalmente, el Papa Juan Pablo II ofrece en sus escritos, múltiples referencias al problema de los emigrantes, desarrollando ampliamente la Doctrina Social de la Iglesia sobre este tema. Tal vez sea este Papa la figura pública que más frecuente y profundamente ha hablado de la solidaridad, anclándola sobre la fraternidad universal que se deriva de la condición de hijos de Dios, hermanos en Cristo. Esta virtud tiene manifestaciones de especial nitidez en lo que se refiere a la emigración, al tratarse de sectores de población especialmente necesitadas de nuestro compromiso vital. En 2004, el organismo correspondiente de la Santa Sede, el “Consejo Pontificio para la Pastoral de los Emigrantes”, publicó el importante documento titulado: “ERGA MIGRANTES CARITAS CHRISTI” (La caridad de Cristo hacia los emigrantes).

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