“Por la Palabra de Dios, ahora estamos de pié”
Mons. Enrique Diaz Diaz Obispo Auxiliar, San Cristóbal de las Casas, Chiapas, Mex. La Palabra, los pobres y la cultura indígena. Hace dos semanas, en nuestra diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, Mex., estábamos realizando trabajos de traducción litúrgica a las lenguas indígenas. Cuando los hermanos indígenas supieron que estaría presente en este Sínodo dedicado a la Palabra de Dios me pidieron, casi me suplicaron: “Padre, por favor salúdanos al jTatic (nuestro padre) Papa, a los Cardenales y Obispos, a los hermanos y hermanas. Diles que la Palabra de Dios nos ha hecho levantar la cabeza y nos ha devuelto la dignidad. Ahora estamos de pié y ha florecido nuestro corazón. Aunque somos pobres y humildes ahora podemos decir nuestra palabra y ojalá un día la puedan escuchar. Nosotros los escuchamos a ellos siempre con mucho gusto y les pedimos nos sigan dando la Palabra de Jesús porque aún hay muchos de nosotros que no la han escuchado” Se ha insistido mucho en el texto de San Lucas, cuando Jesús se presenta en la Sinagoga, como modelo de “Homilía” ya que afirma: “Hoy se cumple esta Palabra” y así debe ser toda homilía; pero no se ha insistido tanto en otros contenidos del texto que proclama Jesús: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado a llevar la buena nueva a los pobres, a anunciar la libertad a los presos, a dar la vista a los ciegos, a liberar a los oprimidos y a proclamar un año de gracia del Señor”. (Lc 4, 18-19) ¿Cuál es la Buena Nueva que estamos anunciando?.. ¿A quiénes la estamos anunciando?… ¿Solamente a quienes están en nuestros templos? ¿Quién es ahora el sujeto de esta “evangelización”?… ¿Solamente nosotros somos los que llevamos esa Palabra o los pobres también nos evangelizan? El texto de San Lucas es muy claro sobre quienes son los destinatarios de esta Buena Noticia. El Instrumentum Laboris No 39 dice que “Habrá fidelidad a la Palabra cuando la primera forma de caridad se realice en el respeto de los derechos de la persona humana, en defensa de los oprimidos y de los que sufren” Y entre estos pobres, presos y ciegos, se encuentran de un modo especial los indígenas de nuestras comunidades de Latinoamérica. Y todavía hay muchos lugares donde no resuena la buena nueva, donde los indígenas no se ponen de pié, donde continúan con su corazón marchito y dividido. En Aparecida los obispos hacían un compromiso serio: “Como discípulos y misioneros, nos comprometemos a acompañar a los pueblos indígenas…en el fortalecimiento de su identidad…, en la defensa del territorio, en una educación intercultural bilingüe y en la defensa de sus derechos… Apoyamos la denuncia de actitudes contrarias a la vida plena… y nos comprometemos a proseguir la obra de evangelización de los indígenas” Nuestro servicio pastoral a la vida plena de estos los pueblos exige anunciar a Jesucristo y la Buena Nueva del Reino de Dios, denunciar las situaciones de pecado, las estructuras de muerte, la violencia y las injusticias internas y externas, fomentar el diálogo intercultural… Jesucristo es la plenitud de la revelación para todos los pueblos. En muchos lugares se ha iniciado una relación, que puede ser muy fructuosa, entre la Palabra y las culturas indígenas. En cierto sentido, la Biblia es muy cercana a las concepciones y cosmogonías indígenas por la cultura rural que en ambas aparece. La creación, el concepto de Dios, el sentido de la Redención y de la Cruz, la vida en comunidad, dan muchas posibilidades de encuentro. Pero son culturas muy diferentes, es un camino que apenas se inicia y que se tiene que andar con cuidado, para no condenar lo que no se entiende, para clarificar y dar valor a la Palabra Revelada, para no destruir culturas y realmente encarnar el Evangelio en nuestros pueblos. Se abre un camino largo e inexplorado, empezando por la muy escasa traducción católica de la Biblia a los idiomas indígenas, mucho menos se ha buscado una comprensión de su cultura y su concepción. Mientras la Palabra Revelada no se haga “palabra viva, escrita en sus culturas y en su vida” es muy difícil que se llegue a penetrar en el corazón y a encarnar en estos los pueblos. Como Iglesia necesitamos proclamar esa “buena nueva” inculturada, que haga florecer su corazón y los mantenga de pié y con dignidad, y puedan ofrecernos su palabra evangelizadora. Ellos sean rostro de Jesús que ahora nos anuncia su Palabra. Compendium Interventionis Mons. Enrique Diaz Diaz Obispo Auxiliar, San Cristóbal de las Casas, Chiapas, Mex. “Habrá fidelidad a la Palabra cuando la primera forma de caridad se realice en el respeto de los derechos de la persona humana, en defensa de los oprimidos y de los que sufren” (I.L. 39) Y entre los que sufren, se encuentran de un modo especial los indígenas de nuestras comunidades de Latinoamérica. En Aparecida los obispos hacían un compromiso serio: “Nuestro servicio pastoral a las comunidades indígenas nos exige anunciar a Jesucristo y la Buena Nueva del Reino de Dios, denunciar las situaciones de pecado, las estructuras de muerte, la violencia y las injusticias internas y externas, fomentar el diálogo intercultural… Jesucristo es la plenitud de la revelación para todos los pueblos (95). En muchos lugares se ha iniciado una relación entre la Palabra y las culturas indígenas. En cierto sentido, la Biblia es muy cercana a sus concepciones y cosmogonías por la cultura rural de ambas. La creación, el concepto de Dios, el sentido de la Redención y de la Cruz, la vida en comunidad, dan muchas posibilidades de encuentro. Pero son culturas diferentes, un camino que apenas inicia y que se tiene que andar con cuidado, para no condenar lo que no se entiende, para clarificar y dar valor a la Palabra Revelada, para no destruir culturas y realmente encarnar el Evangelio en nuestros pueblos. Hay una escasa traducción católica de la Biblia a los idiomas indígenas y muy poco se ha buscado una comprensión de su cultura y su concepción. Mientras la Palabra Revelada no se haga “palabra viva, escrita en sus culturas y en su vida” es muy difícil que se llegue a penetrar en el corazón y a encarnar en estos los pueblos. Como Iglesia necesitamos proclamar esa “buena nueva” inculturada, que haga florecer su corazón y los mantenga de pié, con dignidad, y puedan ofrecernos su palabra evangelizadora (Nos 40 y 46 I.L.)