México se está perdiendo…

Se deben encontrar caminos de paz y condiciones como vías de la auténtica transformación. Incitar el odio traerá consecuencias más desastrosas. Culpar al pasado sólo es evidencia de la incapacidad y la sin razón. Escuchar es la capacidad del verdadero líder, tapar los oídos refleja la evasión de la realidad que impide el bien común
Editorial CCM
Se han dado las exequias y último adiós a los jesuitas asesinados en Cerocahui. Las exequias en Chihuahua fueron el inicio del último recorrido que los llevará a reposar en la misión en la que sirvieron por décadas y en la que ahí mismo dieron la vida, segada por las crueles balas del odio y violencia que han pervertido el respeto por la vida y la dignidad humana, mientras miles sufren el luto por las existencias aniquiladas absurdamente o la zozobra de las desapariciones forzadas y la ansiedad por saber dónde están quienes ahora nos faltan.
Contrario a lo que podría ser un deseo de revancha, el provincial de la Compañía de Jesús dijo lo que estos asesinatos significan. Su mensaje es a contracorriente, justo para despertar las interrogantes y mover a las absortas conciencias de lo que implica la muerte cristiana en tiempos donde parece que Dios no aparece, sin reconciliación y justicia.
Esos sacerdotes hicieron su vida y murieron como quisieron. El relato del superior de los jesuitas mexicanos demostró la entereza con la que sus compañeros de la misión de san Francisco Javier dejaron todo para inculturar el evangelio. Sus muertes, afirmó, hicieron que “millones de ojos” miraran hacia la Tarahumara, a un pueblo en donde la dura realidad contrasta con el discurso del bienestar y de la pretendida transformación que ya fracasó. Aun cuando los cuerpos fueron recuperados, “no es suficiente”, diría el superior de la orden religiosa fundada por san Ignacio, con capturar a un cabecilla de un grupo delictivo
Se requiere una cultura de la reconciliación y amor “como lo enseño el Hijo de Dios”, sin embargo, no es suficiente. El riesgo, como siempre, es la conveniente amnesia que el tiempo provoca. Que se olviden las muertes y se tapen en las nieblas de la impunidad. La situación nacional, como bien lo afirmaría, parece más sombría y desesperanzadora que nunca mientras los crímenes crecen, los desaparecidos se suman por miles y las drogas consumen mentes y voluntades: “La violencia se ha convertido en un modo de resolver los conflictos… además de la mercantilización de la política”.
Sin embargo, dejar la responsabilidad a pocos no es suficiente. En esta sociedad, incluida la Iglesia que sufre esta violencia, todos tenemos el débito moral para hacer algo. Pero hay quienes han asumido una responsabilidad cuyas promesas hicieron que estén ahora en los más altos puestos del servicio público. A ellos se les exige cumplir con un deber, el de implementar garantías de seguridad eficaces y eficientes, que no estén tejidas en los idilios de los abrazos y no balazos.
Pero hay algo más a fondo que, en todo este sexenio, se ha agravado. Esa es la polarización que provoca igualmente quién tiene las riendas del poder y se extiende a todos los estratos sociales. Se deben encontrar caminos de paz y condiciones como vías de la auténtica transformación. Incitar el odio traerá consecuencias más desastrosas. Culpar al pasado sólo es evidencia de la incapacidad y la sin razón. Escuchar es la capacidad del verdadero líder, tapar los oídos refleja la evasión de la realidad que impide el bien común
Hoy cayeron esos jesuitas. Todos tenemos una responsabilidad en esta tragedia. Como bien afirmaron los obispos de México en su mensaje al pueblo de Dios: “Creemos que no es útil negar la realidad y tampoco culpar a tiempos pasados de lo que nos toca resolver ahora…” Ya no hay tiempo, México se está perdiendo.
Desde el Centro Católico Multimedial imploramos el descanso eterno de los padres Javier Campos Morales, el Gallo, Joaquín César Mora Salazar, el Morita, y del laico Pedro Eliodoro Palma Gutiérrez.